Se me hace esta ciudad que la transito, se me hace dura al andar. Calles y avenidas ensordecedoras —y ensordecidas— de clamor ahogado. Aquí todo parece confabularse: los gritos de bronca, reclamos de justicia y llantos deshilachados de dolor. Se arremolinan en los aires, se conforman en manojos de emociones contenidas, y vos… vos estás ahí.
Y esta vez tomás la forma de —eso es lo que disfruto de vos, que sos “multiforme” (¡linda palabra!)— ruido también. Pero no de sinsentido, no de batifondo. Como un gran estéreo, o un grabador gigante e invisible, me invitás a curiosear qué traerá el dial. Me seducís, me llamás con tu estilo único, que me acerque a escuchar. Que separe lo precioso de lo vil, la música del ruido, lo que veo de lo que es en realidad.
Y allí la calle cobra otro sentido. Me animo, aprieto el botón que sintonizará los presentes de tantas almas errantes, que me descubrirá tantos estilos e historias.
Y esta vez tomás la forma de —eso es lo que disfruto de vos, que sos “multiforme” (¡linda palabra!)— ruido también. Pero no de sinsentido, no de batifondo. Como un gran estéreo, o un grabador gigante e invisible, me invitás a curiosear qué traerá el dial. Me seducís, me llamás con tu estilo único, que me acerque a escuchar. Que separe lo precioso de lo vil, la música del ruido, lo que veo de lo que es en realidad.
Y allí la calle cobra otro sentido. Me animo, aprieto el botón que sintonizará los presentes de tantas almas errantes, que me descubrirá tantos estilos e historias.
“No woman, no cry”, canta Marley y un grupito de chicos no tan chicos de boinas coloridas, de bolsitos misteriosos y olores herbales, levantan la esperanza de un mundo de paz. Las rastas se enmarañan entre las ideas y el puro optimismo no alcanza para salir. Salir del hoyo, de la pálida, del eterno bajón. “Everything’s gonna be alright”, disipa su voz el rastaman y se desvanece en la señal.
Veo pasar una pareja punk, crestas furiosas, mientras Ataque 77 afirma que “Buenos Aires arde en medio del infierno”. Y parece que lo cantan en una embriagante mezcla de cinismo y regocijo que me hace temblar.Los ideales que les dieron fuerza tiempo atrás hoy luchan por no sumergirse, no ser succionados por el maremoto anti ideológico posmoderno. Su guerra encarnizada contra el sistema se va perdiendo en las aguas del conformismo y la comodidad actual. Es más difícil pelear, es más difícil resistir que dejarse llevar, impávidos. Su uniforme es testigo de lo que una vez fue: las alfileres de gancho dan cuenta de su misión, las tachas cual espinas limadas ahora, comentan de la furia que supieron tener, los pantalones apretados ya no pueden contener el fervor; se rasgan, se hacen andrajos. Cambia la canción otra vez.
“Ciudad de pobres corazones, ciudad de pobres corazones”, repiquetea Fito en un toque “ochentoso”. Ya por ese entonces se veían las radiografías de cientos de almas transeúntes. Son rollingas o “Callejeros” que buscan saciar su sed de justicia —o de venganza, lo mismo da—. El alma carbonizada, casi sin esperanzas. Poco pueden hacer sus flequillos rectos y su remera con lengua siempre denunciante de la violencia social. Poco puede su música de protesta, aunque la griten hasta quedarse sin voz. Poco su vino o su porrito para pasar el rato. Poco…
Y poco a poco el sonido se me disipa otra vez, se despedaza, se superpone en interferencias, se funde con la próxima estación: la oscura versión de los darks, en los labios de Evanescence: “Wake me up inside, wake me up inside, call my name and save me from the dark”. En el aire se me dibuja un gran embudo, una especie de remolino que capta todas las ondas que por allí circundan, buenas o malas. Todo sentimiento que ronda es absorbido por esta enorme parabólica, todo converge en un torrente que desemboca en este gran cántaro de lágrimas, la lúgubre y desolada alma de la comunidad gótica. ¿Por qué será, siempre me pregunto, que son tan vulnerables, ellos? Los sentimientos asoman a flor de piel debajo de sus negros ropajes. El intelecto vivaz, el alma culta. Extraños para mí, mas no para Dios.
Un cheto de melena larga tirada hacia el costado también bailotea al son de su etéreo pop. Vacío de sentido y lleno de vaciedad. Su alma errante también quiere ser saciada: la búsqueda de afecto acallada con billetes, la necesidad de propósito compensada con un buen pasar. Aunque adornado de tecnología, no hay gadget que le alcance al corazón. Que repare las grietas que produjo la ausencia, que restaure la rotura que causó el desamor. Ni la electrónica aturdidora, ni el éxtasis alcanzan, ni el agua del mundo para diluir el dolor.
El impulso ya me lleva a otra estación, para hacerme oír otra imagen, para hacerme ver otro sonido y sentir otra historia. Otra historia que a veces me resisto a conocer, como me resisto a escuchar lo que ahora suena: “Y arriba las palmas, arriba y arriba”. La alegría a morir, el gozo a rabiar, la fiesta a acabar. Caderas movedizas, ellas; polleras inquietas al son de la cumbia. Camisas desprendidas, ellos; que dejan ver el pecho poblado de dolores. Y de cruces y rosarios, como si eso bastara para asegurar al ansiada protección. En la bailanta, el vino se confunde en las letras juguetonas que confiesan desamores, traiciones y desilusión. Se oye a lo lejos un sordo disparo, que se me superpone con la próxima canción.
Ya no quiero seguir cambiando de estaciones, historias inconclusas y vidas sin final. Quisiera aferrarme a un episodio, no dejarlo escapar, llegar hasta el fondo del recorrido. El alma se me angustia, la calma se me agita por dentro.
¿Qué es este mix urbano, este absurdo cóctel de imágenes y sonidos de la ciudad? Este patchwork citadino, mezcla de pasiones, miserias y desgracias acomodadas una al lado de la otra a modo de tapiz. Casi sin darme cuenta, en un acto involuntario —lo juro—, dejo caer mi pesada mano y apago el grabador. Es que podría estar allí por horas, en esta especie de zapping, viendo desfilar todas las subculturas juveniles como frenéticos programas de televisión. Y sé que ahora el Silencio, que gana espacio, ha de enseñarme algo. Lo percibo en mi interior.
“No te apures, ahora vas a escuchar”, dice una voz. (¿Y qué fue lo que estuve haciendo hasta ahora, entonces?) Me inquieto, al principio, por el contraste auditivo. Ruido ensordecedor primero, silencio taladrador después. Silencio absoluto que se extiende como un río al que le abrieron las compuertas. Dejo que ocupe su espacio, que tantee los bordes, los límites, que se asiente. Dejo que haga su obra, su extraña obra.
El Silencio —después del barullo de los pueblos, de las tribus— es un maestro sabio. El Silencio tierno, equilibrado, medido, en oposición al eco aturdidor de este mundo (o de estos “mundos”) me dice mucho:
“Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:5)
Y suavemente me llegan los gritos anteriores devueltos en risas, en júbilo genuino, en gozo verdadero. El llanto devuelto en carcajada. Y junto a esos sonidos de vida se funde un canto celestial, se “metamorfosea” en un coro divino. ¡Las tribus (también las urbanas) alaban al gran Rey:
Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. Gritaban a gran voz: "¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" (Apocalipsis 7:9-10).
¿Qué es este mix urbano, este absurdo cóctel de imágenes y sonidos de la ciudad? Este patchwork citadino, mezcla de pasiones, miserias y desgracias acomodadas una al lado de la otra a modo de tapiz. Casi sin darme cuenta, en un acto involuntario —lo juro—, dejo caer mi pesada mano y apago el grabador. Es que podría estar allí por horas, en esta especie de zapping, viendo desfilar todas las subculturas juveniles como frenéticos programas de televisión. Y sé que ahora el Silencio, que gana espacio, ha de enseñarme algo. Lo percibo en mi interior.
“No te apures, ahora vas a escuchar”, dice una voz. (¿Y qué fue lo que estuve haciendo hasta ahora, entonces?) Me inquieto, al principio, por el contraste auditivo. Ruido ensordecedor primero, silencio taladrador después. Silencio absoluto que se extiende como un río al que le abrieron las compuertas. Dejo que ocupe su espacio, que tantee los bordes, los límites, que se asiente. Dejo que haga su obra, su extraña obra.
El Silencio —después del barullo de los pueblos, de las tribus— es un maestro sabio. El Silencio tierno, equilibrado, medido, en oposición al eco aturdidor de este mundo (o de estos “mundos”) me dice mucho:
“Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:5)
Y suavemente me llegan los gritos anteriores devueltos en risas, en júbilo genuino, en gozo verdadero. El llanto devuelto en carcajada. Y junto a esos sonidos de vida se funde un canto celestial, se “metamorfosea” en un coro divino. ¡Las tribus (también las urbanas) alaban al gran Rey:
Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. Gritaban a gran voz: "¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" (Apocalipsis 7:9-10).
Otra vez apago el estéreo. Es voluntario esta vez: ya conozco el final de la historia. Y descanso.
María José
7 comentarios:
La verdad es que tu blog me parece imprecionante. Desde Guatemala te puedo decir que lo que se puede ver es lo siguiente, algo que pense y que escribí: "veo las mentes vacías de una generación a la deriva. No mentes vacías por no tener capacidad de pensar, sino por falta de uso y reflexión de lo que los rodea, dejándose manipular por un sistema predeterminado. Mentes en las que resuenan ecos y voces de la ciudad. Dentro de las voces perdidas y los ecos dentro de las calles, se escuchan como zuzurros los gritos ahogados de las subculturas chapinas (Guatemaltecas) que claman por ser escuchadas y comprendidas por una generación saliente que no muestra interés por los ecos de las calles." No se, es algo que se me ocurrió después de algunos años de estar trabajando en la calle, desde la calle y para la calle. te lo repito, me pareció muy bueno lo que escribiste y como lo relacionaste con Zacarías y Apocalipsis. se ve la esencia de tu corazón en este escrito.
bendiciones.
PENSAR QUE ESE PAISAJE SE REMONTA DESDE LOS TANGOS LIBERADORES DE DESESPERANZA Y DESCONSUELO DESDE LA "NOBLEX CARINA" DE ALGUN ABANDERADO DEL LUNFARDO. Y SE VA MUTANDO GENERACIONALMENTE.
CAMBIAN LOS SONIDOS Y LOS APARATOS QUE LOS TRANSMITEN, MAS SU PALABRA PERMANECE PARA SIEMPRE.
INNOVADORA:TE FELICITO UN VEZ MAS.
SALU2
Gracias Tanke por tu comentario. Y sí, hay mucho por hacer en las calles. Mentes vacías y a la deriva, como decís. Pero confiemos que la Palabra llegará y dará vida a sus sentidos.
Dios te use allá en Guatemala!!
Claudio: lo tuyo me hizo acordar a un artículo que leí, eon donde hablaba del lunfardo reciclado, que son muchos de los términos que hoy usa la cultura de la calle, un poco aggiornados. Ya no en una Noblex Carina con sonido a tango, sino tal vez en un estéreo (eso suela a la década pasada) o en mejor dicho en un mp4 o un i-pod.
¡Que cámbios tan vertiginosos y qué exigencia para nosotros los líderes de esta juventud!
Saludos allá en Mardel
Me gusta tu blog!
Bendiciones y adelante...
Los cambios son cada vez más rápidos y lo que dejan no es muy bueno... Los días son malos... Miremos bien.
Te seguiré leyendo, dale que tu blog es necesario!
Hola Majo! tanto tiempo! La verdad que el blog esta muy bueno, me rompio la cabeza y aporta mucho al trabajo que estoy haciendo por estas latitudes. Ya te voy a contar un poco mas y mandar algunas de las letras que me inspira mi sociedad sureña.
Bless & Kiss my friend!
pasate por aca www.campafuego.com.ar
Creo que deberia informarse mas de la Subcultura Gotica... Vulnerables o sensibles?, son cosas que cambian completamente un significado. Por otro lado, Evanescence no es gotico...
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